lunes, 20 de julio de 2015

Efectos secundarios:

Escribirte sería tan genérico que me daría asco.

Esforzarme por hacer que se vea lindo lo que quiero decirte me haría vomitar mi indignación sobre el papel.
Vomitar, de manera literal.

Se sentiría como una completa mentira pues no podría no hablarte de esos lunares iguales ni dejar de confesar que no dejé contaras los míos pues conocerías así demasiado.

Me llenaría de rabia escribirte y dejarte saber.
Serías otra carta más.
Un sustantivo perdido.

Escribirte sería igual de grotesco que renunciar a la idea de que eres magia.
Sería como admitir mi derrota ante la razón.
Sería escupirle en la cara a un te quiero.

Escribirte me produciría náuseas, igualitas a esas que siento cuando no sé nada de ti o leo el 93 y me lleno de perras negras por sacar un total.

Total, escribirte nos haría los hipócritas más grandes.

"Qué lastima que mis mejores sentimientos me hagan vomitar. La gente se enamora y no vomita, por eso se envenena."



sábado, 11 de julio de 2015

Los ocho centímetros de orgullo

-         “¡Ana! ¡Abre la puerta! ¡Ana!”  
Ana sentía los golpes en la espalda como si ésta fuera la puerta. Así tanto le dolía. Su mirada, perdida, en el otro lado de la pieza. Dos lágrimas recorrían sus mejillas dejando ver esos ojos más azules que nunca.
-          “¡Ana! ¡Ábreme por favor! Ana… Ana por favor…”
La voz quedó ahogada por un suspiro y un sollozo dejó escuchar a Gonzalo diciendo su nombre una y otra vez.
-          “Ana… por favor… ¡Ana!”
***
Cierras los ojos. Respiras profundo y aprietas tan fuerte como puedes, quizá así podrás contener las lágrimas que corren sobre tus mejillas como navajas en tu piel. Cierras los ojos y pretendes desaparecer.
Te resbalas hasta el piso como hacen en las películas y te ríes un poco por caer en lo cliché.
El ruido de esos golpes, los gritos y el reparo de que las tazas de té están derramadas al otro lado de la habitación pasan a segundo plano. Estás y nada más
.

***
-          “¡Ana! ¡Por favor!”
Gonzalo ahogaba su llanto y frustración en la manga del brazo derecho, con él, se detenía en la puerta. La mano izquierda, golpeaba.
-          “¡Ana!”
Los vecinos del veintitrés salieron de su departamento como furtivos, dijeron buenas noches de manera casi forzada y Gonzalo con un gruñido les contestó.
-          “¡Ana! Ya desperté a todo el edificio, ábreme por favor…”

***
Te levantas y observas el exterior por la mirilla, todo está distorsionado pero lo ves a él. ¿Qué fue lo que hizo sino llegar a tu vida?  Suspiras.
Secas esas lágrimas. Cortan. Lágrimas que no le pertenecen a él. Suspiras de nuevo. Vuelves a la mirilla y lo ves llorar. Quieres abrir pero ya te hizo llorar. Pones el seguro.
Fue tan rápido todo, estaban bailando y te dijo alguna verdad. No te gustó escucharla, eso pasó...

***
Gonzalo y Ana lloran. Están separados por sólo ocho centímetros de madera y es el orgullo lo que los mantiene más lejos. Se habían contado dolores y secretos antes ya pero, bailando y tomando, hablaron de más y todo explotó. Ana algo dijo. Gonzalo, como siempre, impulsivo; reaccionó y la lastimó. Ana, asustada y molesta, corrió para defenderse. Gonzalo sintió perderla y corrió detrás de ella.

***
-          “¡Ana! Ya no quiero gritar. Las cosas no tienen que ser así, podemos hablar. Sabes que podemos hablar. Quiero hablarte y contarte.” El silencio entre cada golpe a la puerta dejó escuchar el seguro de la misma, se cerraba y de repente; se abrió de nuevo.
***
Ya no lloras. Ya no duele; quieres escucharlo y entender. Respiras profundo y quitas el seguro.
Tal vez no es tan buena idea dejarlo entrar. Quieres que entre, quieres callarlo con un beso y decirle que entiendes. 
Suspiras. Ya lo quieres. Quitas el seguro de la puerta y la abres.

***
Gonzalo enmudeció y Ana; sonrió. Lo tomó del brazo empapado de lágrimas, lo acercó hacia ella y la abrazó.





I’ve loved another day.

Once, I fell for a poet. The second time around,  he taught me to write things down, no matter how they sound.   I learned to say things lik...