“Ella me preguntaba
qué sentía cuándo leía a Cortázar. Nunca le contesté. Tal vez sentí lo mismo el
día en que la maté.”
***
El
día que me enteré que Julián Marín, un asesino, había dicho semejante cosa y comparado el placer que
le causaba matar con el de leer a Cortázar, supe que tenía que conocerlo. Sabía
que tenía que escribir una historia sobre él. ¡Tenía que entender semejante
comparación! Además, la revista donde trabajaba querría tener aquella entrevista, era casi el aniversario
de la publicación de Rayuela y semejante afirmación nos daría un tremendo artículo
que incluir en el número del mes.
***
Prendí
la videograbadora pero la cinta se atoró. Tuve que sacarla y ponerla de nuevo.
Estaba nervioso, las manos me sudaban y la voz me temblaba.
Los
ojos de aquel asesino parecían un océano infinito. Profundo y oscuro. Me
miraban con un aire
de curiosidad pero sin interés real.
Tosí
una vez a modo de limpiar mi garganta para comenzar a hablar.
-“Tengo
entendido que fue capturado apenas hace unos meses, y debo decir que su
declaración sobre Cortázar me puso los pelos de punta, Julio Cortázar es mi
ídolo.”
<<
Silencio >>
Mis
manos se resbalaron para apenas abrir la carpeta que contenía su caso, la cerré
de golpe y el hombre sentado frente a mi soltó una carcajada.
-“¿Demasiado
gráfico?”
-“No
estoy acostumbrado a ver mujeres desmembradas, eso es todo.”
-“Sólo
le faltan unos cuantos dedos a esa que vio, la siguiente carece de pies y si
bien recuerdo, la tercera no tiene las piernas en el lugar que debe.”
La
serenidad con la que me describía a cada una de las mujeres me asustaba mucho
más que las fotografías ocultas bajo las tapas de la carpeta.
-“Si
me disculpa, no vengo a conocer la anatomía de las mujeres que
asesinó, sólo quiero saber porque hizo esa referencia a Cortázar. Saber porque
la sensación que le causaba matar a las mujeres le parecía similar a leer al
autor.”
Con
desdén y de mala gana me contestó:
-“No
eres más que eres un pobre letrado interesado en la historia de un asesino culto.”
Soltó una carcajada que me petrificó.
Después
de un largo suspiro y una gran dosis de valor pude contestar.
-“Julio
Cortázar causa un millón de sensaciones en mí, quiero conocer porque a usted,
un asesino le causa el mismo placer leer que matar, no le veo ninguna
semejanza.”
-“Eso
es porque no has matado a nadie.”
-“Y
no planeo hacerlo pronto. Quiero una historia en donde pueda hablar de mi autor
favorito, quiero su historia, escribirla y dejarlo en paz, que viva bien, si es
que se puede, en un lugar como éste.”
La
carcajada que soltó esta vez fue mucho más ruidosa que la primera. ¿Qué pasaba
con ese hombre? No tenía nada de gracioso querer algo para escribir, cada
historia te cautiva de una manera diferente y única, quería escuchar la suya. Quería
mi artículo y el crédito que me daría la revista por él.
-“Tú
no quieres escuchar mi historia, quieres algo para escribir, no quieres que te
diga la verdad sobre Cortázar y sus historias.”
-“Quiero
saber porque dijo que leer a Cortázar es igual que matar.”
Con
un gesto arrogante pidió que le diera el paquete de cigarrillos que había
pedido a cambio de conceder la entrevista.
-“Cortázar,
enamorarse y matar son la misma cosa. No hay gran secreto detrás de lo que
hice.”
Me
quedé por un momento en silencio, no supe que contestarle. Ni siquiera estaba
seguro de lo que me quería decir y tal vez era solamente una provocación. Me lo
habían advertido, un recluso y asesino no me diría lo que quería escuchar. De
momento dijo:
-“María
era el nombre de la primera mujer que maté, era mi mujer. Bueno, algo parecido.
No estábamos casados y decir mi mujer me hace sonar viejo.”
Hizo
una pausa momentánea, parecía estar recordando algo que le causaba mucho dolor.
Un recuerdo amargo.
-“No
te voy a contar la historia ni mi historia, la verdad es que si quieres saber
porque Cortázar, el amor y la muerte se parecen tienes que aprenderlo tú. Puedo
decírtelo como un secreto: Relato con un
fondo de agua, una navaja y tu soledad seguro te lo dirán.”
Llegó
el guardia y nos informó que nuestro tiempo se había agotado, se llevó con un
brusco movimiento al hombre que me había dejado perplejo. Claramente sabía que
hablaba sobre un cuento de Cortázar, la navaja era una mala broma seguramente y
sobre la soledad no logré entenderlo. Recogí mis cosas y me fui.
Regresé
a mi apartamento ya con el cielo ennegrecido, dos tés y un libro en
mano. Una compilación de cuentos. Exacto, Julio Cortázar.
Abrí
la puerta y vi la figura que me hacía suspirar cada vez que la veía. Vestía
solamente unas bragas blancas y un pequeño top
que me dejaba ver a través de él unos senos tan pequeños que eran apenas
distinguibles. Había estado pintando, tenía restos de óleo en el fleco que
cubría aquellos ojos cafés que se clavaban en mi mirada y me desarmaban.
Dejé
todo lo que traía en mano para ir corriendo a besar a esa criatura magnífica.
La tomé por la cintura y dejé caer en sus labios un beso.
Caímos
juntos en la cama, la yema de su dedo recorriendo mi pecho me hizo estremecer,
su tacto no era cálido como siempre. Fue frío.
Ni
siquiera acabó.
Tendidos
en la cama mientras se aferraba a mi cuerpo con fuerza, abrí el libro de cuentos
y le leí Relato con un fondo de agua en
voz alta, cerré el libro y mi mirada
quedó suspendida en el aire, me quedé pensando y tratando de encontrarle algún
sentido al cuento. Pensaba en lo que Julián Marín había querido decirme.
***
Me
gustó pensar que había sido el leerle el cuento lo que la ahuyentó.
Desperté
seguro de lo que el cuento quería decir. Había sido un sueño lo que le había
asegurado matar. El cuento le dijo que tenía que matar. El amor que le tenía a María no
era suficiente, hubiera sido él el cadáver flotando.
Un
extraño silencio dominaba el apartamento, una desesperación invadió mi cuerpo.
Ya sabía qué estaba pasando. Corrí a la cocina y el té estaba derramado. La nota empapada contenía unas cuantas palabras de culpa, de desdén y un adiós definitivo.
Ana me había dejado.
***
“Como si se pudiese elegir en el amor, como si no
fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del
patio.” -Rayuela, Julio Cortázar.
Estaqueado
a la mitad de mi departamento me quedé por seis meses. Julián Marín estaba a
punto de ser ejecutado y yo no había escrito ni una reseña sobre la entrevista
que le hice. La revista me había echado. Estaba devastado.
Era
una de esas noches donde la Luna es tan grande que sientes poder tocarla, una
botella de whisky y algunos discos viejos fueron mis fieles amigos para conocer
y encontrar la soledad. Sí, esa soledad. Esa que cala los huesos y duele hasta
el último rincón del alma.
Me
di cuenta que ya conocía los secretos de Julián Marín y los de Cortázar, le di
un trago a la botella de whisky, agarre la navaja para afeitar y la pasé por
mis muñecas dejando expuesto el hueso y las vísceras del brazo. La sangre
empezó a correr y sentí como mi cuerpo se desvanecía.
Con
un último esfuerzo, papel y pluma alcancé a escribir:
Morí en manos de mi
propia soledad. Acabé con una vida, la mía. Se demostró que Cortázar, amarla y
matarme son lo mismo. Cortázar se mete en tu piel y se vuelve tu vida, la
muerte te desprende de ella y amar te aferra a la de alguien más. Cortázar te
consuela del dolor de amar y de matar, te entiende pues ha soñado con matar y
tú lo has hecho. Las palabras que te da son solo una forma de entender la
muerte y el amor. Matar y amarte. Matarte hubiera sido más fácil pero te amo
tanto que prefiero morir. Ana, en mis sueños te maté. Ana, en mis sueños te
ahogaba. Ana, en mis sueños te extrañaba.
***
FIN.